Efímera Cuaresma

Llega la Cuaresma sin torrijas, y te encuentras a ti misma reflejada en los cristales de las tiendas donde los nazarenos aguardan su turno para ser uno de los elegidos. Esperas, con mariposas en el estómago, a que el viejo reloj de la plaza, detenga su tiempo mientras observas a todo lo que te rodea; una monja en bicicleta cruza San Lorenzo ante la atenta mirada del señor mayor que ríe a carcajadas y la ciclista que hay en ti, le acompaña. El tiempo avanza, buscas más nazarenos, la calle se llena de gente con ganas de torrijas, de Cuaresma y de reivindicaciones, incluso un ex guardameta compatriota de Dostoievsky, también se pierde por esas calles. Las mariposas no te abandonan en ningún momento, ni tus ganas de no dejar de vivir lo que vives, como una Cenicienta a lo hispalense, si esto se entiende. La calle Feria, arteria de ti misma, se convierte en el escenario de pasados dolorosos aliviados por la genialidad de Woody Allen...

Todo es irreal, nada existe, todo es efímero, incluso el azahar que asoma y que pone olor a ese momento. Y entonces te acuerdas de aquella frase final de Benedetti y te duele reconocer, que incluso la cuaresma se evapora, como todo lo irreal, como todo lo soñado, como todo lo visible y lo invisible.