La música es emoción, sentimiento y pasión, y si es compartida además, es inolvidable. Ayer convergieron todas ellas en el flamenco, abriendo las puertas a sensaciones absolutamente maravillosas por desconocidas, lo mismo que ocurre con el blues, ése que tanta felicidad me produce al escucharlo por mucho que lo conozca.
Anoche, entre el blues y el flamenco, que ambos parecen compartir los mismos orígenes, escuché cantar a aquellos que saben que el duende es algo innato y que con él, son capaces de transmitir y trasladarnos a cualquier lugar solo escuchando.Lo veía en los ojos de quien a mi lado, me explicaba cada palo, cada compás, cada estrofa y cada segundo de lo que iba viviendo. Eso ocurría a mi lado, y lejos de mi, sentía la presencia del blues de la ausencia - presencia, de ese blues del alma que siento como mio y que puedo escuchar también, mirando unos ojos.
Y de Triana a Nueva Orleáns, me dejé llevar por la magia del flamenco y el blues, y por el recuerdo de una noche que nunca pasará al olvido, bajo un cielo que anunciaba tormenta y sobre un escenario que invitaba a perderse, en el tiempo y en la realidad, justamente por donde Almutamid paseaba sus melancolías.
Cantaba Esperanza Fernández y a mi me regalaban jazmines. Y al otro lado del Guadalquivir, la brisa me regalaba el anhelo de quien me esperaba tras un blues.
Quien espera tras el blues se encuentra prisionera entre montañas por eso no ve el cielo que ves tú. Espera que la liberes de esas montañas y la pasees por el Guadalquivir, Guadiana o cualquier estero, qué más da. Si lo importante sois la libertad y tú.
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