domingo, 1 de julio de 2018

Docere Delectare

Me matriculé en Filología Hispánica por amor absoluto a la literatura y por saber hasta donde era capaz de llegar conmigo misma. Un idilio apasionante con alguna crisis de pareja debida al conflicto constante al equiparar Letras y Literatura; tarea difícil parear una fricativa sorda con el Mester de Clerecia como un amor imposible, pero entiendo que forma parte del romance, o del todo. Fue fundamental en mi vida aquella mañana en la que puse un pie en el aula, con mis años, mi cuaderno de espiral y mi miedo al no saber cómo se me iba a entender. Ese día iba a cambiar mi historia, por muchas cosas. Matricularme en Filología ha sido sin duda, la mejor decisión que he tomado en mi vida, porque me ha dado seguridad, valentía, fortaleza, ímpetu, entusiasmo y conocimiento y ahora me siento fuerte, como una perfecta mujer del Renacimiento; armas y letras para ser feliz conmigo misma. Recuerdo una primera clase de Literatura Medieval y mi primera exposición sobre las barbas del Cid con un power point hecho por mi hijo, el descubrimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, la inmensa satisfacción de estudiar a César Vallejo, a Valle-Inclán, a Benito Pérez Galdós y la emoción hasta las lágrimas en una clase de Cervantes. Apasionantes clases, apasionados docentes capaces de transmitir pasión por la enseñanza. Imposible deshacer de mis vivencias académicas a Mercedes Comellas con el tormentoso Romanticismo, a José Manuel Camacho con Macondo y Comala, a Catalina Fuentes con el análisis del discurso, a Isabel Román, que me dejó en el corazón a Lope de Vega, a Manuel Romero Luque, con su Cachorro, su Jakobson y su métrica  o Juan Montero, aquel que me descubrió el cante jondo, que me enamoró de Garcilaso y me permitió cerrar una clase con el Arrimo de Silvio, para ilustrar a San Juan de la Cruz, o mis discusiones con Juan Pablo Mora en plena clase de Lingüística. (al menos me llevo la música de Sigur Rós de aquel desconcierto docente...). También llevo mi cruz a cuestas con Lengua, nunca las subordinadas fueron tan crueles conmigo pese a la dulzura de Auxiliadora Castillo. Aún me queda mucho camino por delante, quizás sea una ventaja el no tener prisa, el aprender por placer ante ellos que ya, tienen en sus manos el fruto del esfuerzo y la satisfacción de descubrir lo que en la vida les espera. Me llevo a Gema, que me descubrió la música de Vetusta Morla antes de que lo hiciera el corazón, a Carla, la sensibilidad personificada, la lorquiana que tan lejos llegará, a José María, el característico, el genuino que me descubrió la palabra hipster, con quien tanto me he reído. A Eugenio, tan como yo en Gramática Histórica y en igualdad de calendario, a Alma, Clara, Belén, los ojos más bonitos del rectorado, Nerea, Maria, Pili y Ana, las más glamurosas del instagram, Nacho, el más auténtico (recuerda siempre que las Reyes somos diferentes porque llevamos corona...) Mario, Juanma, Lucía y su chapa de Jim Morrison en la mochila, José Manuel, Miriam, la gran ayuda en Pragmática, Rocío, la flamenca, Lidia y Alfonso, mi Alfonso, el único y especial Alfonso, que tanto me ha ayudado, a quien tan dentro llevo. Tantos nombres que empezaron conmigo aquel día donde además del suelo de madera lleno de historia me temblaba hasta el aire que respiraba y que ya son Filológos, y que llegarán lejos porque aman las letras por encima de muchas cosas. Viéndoles el pasado viernes en su Graduación, tan guapísimos todos y todas con sus becas azules, supe el sabor que tienen los sueños cumplidos y me dio fuerza, aún más, para seguir adelante y no olvidar nunca a Machado con la frase que ya, es mi propio Locus Amoenus; "Hoy es siempre todavía".
Suerte, Filólogos mios!

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