Se sienta en la muralla, con los pies despojados de la chanclas,que se quedan en la arena, frente a la extensión que ante sus ojos, se muestra inmensa, mientras ella empequeñece. Siempre se acuerda de lo listos que eran los romanos eligiendo sitios y lo bien que se tiene que dormir en ese Parador. El amanecer desde una de esas ventanas debe ser la gloria misma, pero no un amanecer cualquiera, en cualquier compañía.
Las ideas que necesitan ser aclaradas se empiezan a aclarar cuando la música empieza a fluir desde los auriculares; la selección musical, guitarra en su variedad, la pasea desde Escocia a Paraguay pasando por Cádiz, Granada y Roma, donde hace una escala. Es en ese preciso instante donde la conversación secreta e improvisada, el aire, la música, el sol y los colores que tornan del celeste al rosa, del fluido rosa, empiezan a mostrar la cara oculta de la luna obrándose el milagro de la paz interior. Y es cuando decide regresar a casa tranquila, con la cabeza más clara y la secreta sensación interior de que tiene una pequeña parcela de felicidad en su cabeza, en su corazón, y ante sus ojos, en la vasta Vega de Carmona. Uno de sus lugares secretos por donde vuelan libres los pajaritos de su pensamiento.
En ese caso excepcional no le dio la razón a Sabina, cuando decía aquello de "Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver". Allí era feliz, y siempre volvía.
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