Mi compañera tampoco la celebra, aunque la comparte con nosotras. Los niños son protagonistas de estos días y si el destino te ha dejado para siempre sin esa parte de ti, ya no se puede ser feliz en la vida. Ni en Navidad, ni nunca. Pese a todo, ella colabora y se integra, porque la vida continúa y ella, debe intentar ser feliz, aunque en los ojos nunca se le adivine lo contrario.
Y mi amigo, y la reunión familiar entre viejos vinilos de cada año. Las canciones que unen y reúnen, y la ausencia musical que este veinticinco de diciembre notará por primera vez. Para él siempre se quedará su tio envuelto en la voz pastelosa de Paul McCartney, y esta tarde, deberá sonar, para recordarle, y si es necesario, llorarle.
A mis amigos los quiero, mucho, muchísimo, y hago mías sus ausencias si me lo permiten. Quizás sea por ese hálito de melancolía que dejan tantas ausencias ajenas, cercanas o no, por lo que nunca me gustó la navidad. Habrá que sobrevivirla, ya queda poco.