Suelo quedarme sentada mientras el camarero friega los últimos vasos y limpia de restos de tiza la hinchada madera de la antigua barra. Vivo en su barrio y esperarle me ahorra el transporte a casa en autobús y además me proporciona el tremendo placer de oir por capítulos, sus maravillosas historias mientras recoge su pequeño templo de penas ahogadas. El último cliente rezagado, solitario y borrachín, por fín abonó su consumición y se escurrió bajo la oxidada persiana metálica medio cerrada dejándome a solas con el dueño y el olor a vino añejo que los bares con solera y años solo poseen. Se marchó regalándome una mirada cruel, no entendiendo qué hacía yo allí, porqué yo sí y él no. Sentada sobre un barril de cerveza hacía dibujos con las puntas de los zapatos sobre el serrín, esperándo a que el tabernero comenzara a narrarme sus vivencias mientras barría con la sucia escoba los restos de un viernes que ya había empezado a llamarse sábado. Le miraba barrer y pensaba qué habría sido de él antes de ser tabernero. Como por arte de magia pareció leerme el pensamiento e inició su monólogo. Comenzaba de nuevo el maravilloso espectáculo de sus narraciones vividas y soñadas de cada noche.
"¿sabes que una vez me pillaron en un exámen con una chuleta?"
Para Pedro, un bético diplomático que arranca sonrisas imposibles.
tengo una amiga que siempre escucha todas mis historias con harta atención.
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