domingo, 23 de mayo de 2010

El tabernero y la oyente

Suelo quedarme sentada mientras el camarero friega los últimos vasos y limpia de restos de tiza la hinchada madera de la antigua barra. Vivo en su barrio y esperarle me ahorra el transporte a casa en autobús y además me proporciona el tremendo placer de oir por capítulos, sus maravillosas historias mientras recoge su pequeño templo de penas ahogadas. El último cliente rezagado, solitario y borrachín, por fín abonó su consumición y se escurrió bajo la oxidada persiana metálica medio cerrada dejándome a solas con el dueño y el olor a vino añejo que los bares con solera y años solo poseen. Se marchó regalándome una mirada cruel, no entendiendo qué hacía yo allí, porqué yo sí y él no. Sentada sobre un barril de cerveza hacía dibujos con las puntas de los zapatos sobre el serrín, esperándo a que el tabernero comenzara a narrarme sus vivencias mientras barría con la sucia escoba los restos de un viernes que ya había empezado a llamarse sábado. Le miraba barrer y pensaba qué habría sido de él antes de ser tabernero. Como por arte de magia pareció leerme el pensamiento e inició su monólogo. Comenzaba de nuevo el maravilloso espectáculo de sus narraciones vividas y soñadas de cada noche.
"¿sabes que una vez me pillaron en un exámen con una chuleta?"

Para Pedro, un bético diplomático que arranca sonrisas imposibles.

1 comentario:

  1. tengo una amiga que siempre escucha todas mis historias con harta atención.

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