jueves, 29 de agosto de 2013

Treguas

La vida, esa que tan estructurada llevaba, le había metido un gol por la escuadra y no sabía cómo recomponerse y remontar el partido. Se sorprendía mirando el techo, leyendo sin levantar la vista de la misma página en minutos o en el trabajo, como un niño de quince años, escribiendo un nombre entre los apuntes contables. No sabía que era lo que le pasaba, qué echaba de menos, qué necesitaba, qué le faltaba, pero lo cierto y verdad es que necesitaba, echaba de menos y le faltaba algo. Su contacto, su cercanía, su lejanía. Su imposibilidad, su ilusión adyacente. Su irrealidad. Todo era una locura, y además, a nadie podía explicarle porque nadie entendería que se puede sentir atracción por lo inalcanzable, lo no conocido, pero él si. Él era una persona que se había enamorado del personaje de un libro, de una canción.
Entonces bajaba los ojos del techo, suspiraba y volvía a sentir el nudo del estómago como lo más maravilloso que le había pasado en la vida. Y se acordó de Martín Santomé, ese personaje de Benedetti al que la vida le dio una tregua y pensó en las rocambolescas casualidades que tiene la vida.

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