domingo, 13 de octubre de 2013

El placer de observar


Cuando a una observadora como yo le ofrecen la posibilidad de pasar una mañana diferente, de vivir experiencias curiosas y sobre todo, observar todo aquello que nadie repara, no puede encontrar manera alguna de agradecerlo a aquellos que lo hacen posible.
Hace días, estuve en una casa que iba a ser desalojada. Estuve en ese momento desagradable del desencuentro entre el inquilino, el dueño y los estamentos legales, que pese a todo, era agradable ya que había sincronía. Por un encuentro casual, y ya que era amistoso, allí que me quedé con mi amigo y su compañero, ambos responsables de levantar acta, que más parecían unos "Starsky and Hutch" a las sevillanas maneras.
La casa en cuestión era una pensión de tres plantas situada en pleno centro de Sevilla. Los bajos habían albergado un restaurante donde la música, había sido parte protagonista al menos, por unas partituras que divisé pegadas en el alféizar de las ventanas. Barras de bar, vertederos de amor, y nunca mejor dicho. Un cubo sin fregona presidía el interior de una barra sin vasos, ni copas, ni platos, ni vida. Todo sucio y empolvado, y un periódico que anunciaba la victoria de España en el Mundial de Sudáfrica. El tiempo es cruel, a veces, y otras, agradable.
Subimos las escaleras y vimos las vacías habitaciones. Colchones y somieres apoyados en las paredes y en algunas, horteras cabeceros de cama tapizados al estilo "Cuéntame". Todas con cuartos de baño incorporados, algunos diminutos, otros inmensos, con espejos y bañeras de hidromasaje, más grandes que la propia habitación. Todo en conjunto olía a noches de amor de curso legal bajo la legítima y honrada legalidad de "casa de huéspedes", pero a mi me sonaba a puticlub de perfume barato cada minuto que pasaba en su interior.
Me asomé a la habitación once, por eso del número y mi afinidad, y era la única que tenía una lámpara y una ventana a la calle principal. Y no tenía cabecero.
Seguimos la ruta y al llegar a la azotea, unas vistas descafeinadas de las azoteas de Sevilla a través de la cerámica de Mensaque y el recuerdo de cuarenta años que aún hay quien no quiere olvidar... y esa azotea. Siempre que estoy en un lugar así pienso que si yo fuese quien viviera ahí, me sentiría la más feliz del mundo, quizás por eso en ese lugar estaba la mejor habitación, la suite, sucia y desolada, pero con un baño inmenso también con bañera de hidromasaje, llenos de espejos en sus paredes. Cutre y hortera al máximo, pero... ¡qué azotea!.
Bajamos las escaleras. Un cuadro de una corrida de toros de quien solo recuerdo a Manzanares, una pequeña caja de herramientas que me habría encantado llevarme y un macetón de flores de plástico que era un ejemplo de todo lo que habíamos visto en esas tres plantas de decadencia y olvido, como el salón de la Señorita Havisham en la magistral novela de Dickens.
Lo mejor estaba abajo, el inquilino había sacado las pocas pertenencias que le quedaban, la dueña le reclamaba unos gastos por desperfectos, una pareja de ancianos apuntaban todo lo que la dueña decía, mis "Starky and Hutch" hacían su trabajo levantando acta ajenos a todo, con la ayuda del orondo abogado, de chaqueta azul y barba, que en este caso concreto, no encendía mis alarmas, cosas mias, acompañado de una procuradora que no habló en ningún momento y que llevaba unos pantalones a rayas blanquinegro más propios para Miguel Rios en el "Rock de una noche de verano".
Y en medio de todo ese teje maneje, yo presenciaba la escena disfrutando completamente de mi placer por observar. En el local de al lado, una casa de pinturas, el dependiente y dos clientes, no perdían detalle, los albañiles de la obra de frente, menos, incluso asomó un rumano de la nada preguntando si se podía llevar algo. Todos miraban, preguntaban y exigían lo suyo, salvo dos curas con sotana que hacían la vista gorda al pasar por delante, pero por lo visto, eso es lo normal en estas situaciones y en los curas con sotana.
Para mi desde luego, fue una mañana rica que me llenó la memoria y la retina de imágenes y de historias para ser contadas, y eso, una observadora como yo, lo agradece enormente.
Gracias a Jesús y a Julián, o mejor dicho, a "Starky y Hutch" a quienes espero ver muchas veces en acción. Y suerte con la primitiva. A mi es la única posibilidad real que me ofrece para vivir en una azotea, eso sí, sin aguiluchos ni curas con sotana, ni bañeras de hidromasaje.

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