jueves, 16 de enero de 2014

La caja

Cuando quien os escribe era una niña, en aquellos años del chicle bazooka y el flag golosina, no había mayor felicidad que tropezar en la basura con la caja de cartón de la que había salido la lavadora o el frigorífico nuevo de mis vecinos. Mi madre, que me conocía y me comprendía, y sabía lo que a cada una de sus hijas nos hacía felices gracias a ese detector de posibles hijas tristes que tiene por naturaleza y que, en mi caso concreto, la pone a hacer arroz con leche. Pues ella y su detector, me dejaba dentro de esa caja el tiempo que quisiera, en la terraza inmensa de casa de mis padres, donde era tan feliz aislándome de todo y de todos.
Era muy niña, tan niña que pese a apenas poder moverme dentro de la caja, estaba cómoda, como en mi propia casa, porque esa caja era como mi espacio propio, mi libertad y mi autonomia. Creo que los primeros conocimientos de libertad que experimenté. Las primeras nociones de independencia.
Cogía unas tijeras y abría un abertura en vertical acompañada de dos horizontales que se convertían en la ventana desde la cual, miraba a mi padre de perfil quien, desde el sofá, transistor en mano, escuchaba al "tio Pepe y su sobrino" o a mi hermana Rocio, mirándome absorta desde la ventana con la misma cara con la que me mira ahora, porque pese a los años, sigo siendo la misma soñadora irreparable que se metía dentro de su caja y se quedaba allí sentada, con el uniforme del colegio las horas muertas mirando por la ventanita de cartón al resto de mi familia.
Veía a mi madre, pasando platos, de la cocina al salón, o pasando de un lado a otro, y yo, desde mi atalaya de cartón, que era como mi casa dentro de mi propia casa, era inmensamente feliz porque mi madre me había permitido comer dentro y porque podía estar ahí, sola, con mis pajaritos.
La vida me esperaba fuera de la caja de cartón que con mis esfuerzos para salir de ella, siempre acababa hecha un acordeón. La realidad estaba fuera; el colegio, la calle, los amigos, el sol, la bici, el elástico..., casi como me ocurre ahora, cuando pese a crecer y mirar atrás con vértigo, todavía siga sintiendo ese placer al ver en la basura una caja de cartón de una nueva lavadora, o de un frigorífico, o una no precisamente de cartón, sino con macetas, ventanas de verdad en una calle céntrica, de ese mapa urbano que se ha grabado en mis intenciones futuras y que estoy segura, me causará el mismo efecto que aquella maravillosa sensación de libertad de mis ocho años dentro de mi caja de cartón.

4 comentarios:

  1. Much@s somos los que hemos sentido la libertad en una caja de cartón o en un montón de maderas apiladas en un descampado, querida Reyes.Ya sabes que normalmente asocío un texto con una música o viceversa, para tu maravillosa entrada te regalo "Hoppípolla" del grupo islandes Sigur Rós, si puedes, y quieres busca la traducción al español.
    P.S.- ¡Ojala algún día tu libertad tenga paredes de ladrillo en lugar de cartón!, un beso y un abrazo.

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  2. Gracias.
    La canción es perfecta y adecuada. Y nada más liberador que la música.
    Eres un cielo. Gracias de nuevo.

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  3. Totalmente cierto. Doy fe. Todos deberíamos tener una caja donde meternos de vez en cuando. Roxx

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  4. Roxx... la genética te hará experimentarlo de nuevo. Las aceitunas no es el único nexo común con mi clon.
    Las cajas como evasión...

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