jueves, 6 de febrero de 2014

Vivir para contarla

Reconozco que quizás perdí mucho tiempo sin él. Y porque ya es un hombre y ha cambiado, ahora me pesa no haberme dado cuenta antes. Tuvo que venir Woody Allen a hacer una película para que yo, en una lluviosa tarde de febrero, quedase con él en las taquillas del cine con peores vistas de Sevilla, para darme cuenta de ello.
Atrás quedó mi fobia cinematográfica, mi pánico a entrar en un párking y mi nada afición a las palomitas y el coca cola, y dar paso a una tarde diferente donde las haya en la cual, con él en el cine, me sentí la mujer más satisfecha del mundo. Son de esas pequeñas cosas que me hacen ser como soy, y darme cuenta que gracias a ello, mi vida es plena y realista pese a tener pájaros en la cabeza desde 1969. Vivo, ligeramente incomprendida y comprendida, entre gente que me quiere y que quiero, soy pseudo independiente y afortunadamente, estoy rodeada de ojos de personas que desde mis cercanías, me miran con respeto aunque no les guste mi rostro; eso no me importa. La belleza es efímera y los ojos, con sus mensajes, son más importantes que nada. Son abismos de información no expresada. No dicha.
Por ello, a mi me gusta mucho perderme en determinados ojos, que son muy pocos, contados. Y anoche, perderme en unos en concreto, los de mi acompañante, me hicieron la mujer más feliz del mundo, y eso, junto con una película de Woody Allen, y una tarde lluviosa de febrero, ya es motivo suficiente como para tener una vida plena y un motivo más para sentir, vivir, ser feliz y escribir.
Vivir para contarla, como diría Gabriel García Márquez; que mejor motivo para alimentar una vida intensa y plena que eso, vivir para contarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario