sábado, 27 de diciembre de 2014

Aurora

Aurora soportó a un buen hombre que no la hacía feliz a su lado casi cincuenta años el cual, merecía su total reconocimiento. Convivió con él hasta que el destino quiso reconocerle que ella, con casi setenta años, ya era pájaro libre y podía ser esa mujer íntegra que merecía el regalo de vivir como a ella le gustaba, sin dar explicaciones. Y una mañana de mayo se encontró arrojando las cenizas de quien había sido tan buen padre y tan buen marido, en la tierra seca del pueblo que le vio nacer rodeada de sus tres hijos, cuatro nietos y su vecina Amalia, su única amiga, la que presumía orgullosa de ser su compañía. Su innecesaria compañía.
Ahora saboreaba de una soledad que pese a ser impuesta, para ella era feliz y satisfecha. La independencia siempre fue para ella una forma de vida, pese a tener familia y responsabilidades, pero ni las responsabilidades ni la familia notaron nunca su ausencia cuando ella disfrutaba de ese espacio infranqueable que defendía como su mayor tesoro. Supo vivir la vida a su manera; escuchaba conversaciones ajenas para sentirse diferente, leía novelas con entrega absoluta, subrayando párrafos con la intención de que alguno de sus nietos, al heredarlas, la recordasen por esa frase en concreto. Andaba por puro placer de andar sintiendo la brisa en la cara, y de vez en cuando, mientras guisaba su famosa caldereta, se tomaba una copita de manzanilla en rama porque Sanlúcar siempre la entendió mejor que nadie. Era y fue una mujer valiente y nada había conseguido amedrentrarla en la vida. Ni nada, ni nadie, y que conste que motivos no le faltaron.
Pero Aurora guardaba un secreto; varias miradas furtivas, y alguna que otra fecha en su almanaque de las que jamás, rodeó con un círculo rojo. Escuchaba a Antonio Machín casi a diario y tarareaba sus "dos gardenias" como si fuese parte de ella misma. Cuando se le preguntaba por esa canción, ella, con la mirada encendida, siempre contestaba que era la canción de su vida. Nos quedábamos con ganas de saber más, pero nadie se atrevía a preguntar.

Una tarde Aurora abrió la puerta mientras se secaba las manos en el delantal a quien llevaba secretamente esperando casi cincuenta años. Le llevaba dos gardenias en la mano y ese día, por fin pudo ponerle un círculo rojo al almanaque. Y brindaron con manzanilla en rama, para que por fín, encontrásemos la respuesta a las dos gardenias que encendían su mirada.