lunes, 16 de febrero de 2015

El punto y final.


Para una escritora, nada es comparable al momento en el que eres consciente de que ha llegado el esperado punto y final, aquel que ya da por finalizado tu trabajo. Es una percepción única, y personal. Inexplicable. Y nada es comparable a releer lo escrito, y encontrarte con esas emociones plasmadas en el papel, envueltas en letras, y que de alguna manera has vivido, bien en carne propia, ajena o imaginada.
Quiero darle las gracias a mi imaginación, porque no para de avivar el fuego, que se alimenta de la gente anónima que con sus gestos, miradas, risas o situaciones, me facilitan los momentos escenográficos para los personajes, y a la gente que me rodea, que me prestan sus cuerpos, sus caras, sus ojos o sus voces, porque es más fácil escribir de alguien que sobre alguien. Y a las conversaciones robadas, en bares, en colas, en tiendas, en el fútbol, en la calle, en el médico, en la panadería, en todos sitios, porque son las que ilustran los textos. Por ello, pido disculpas a aquellos a los que le robé lo que no me pertenece, pero en esos hurtos, reconozco que radica la esencia de la buena literatura.
Y sobre todo, quiero agradecer a la chispa que hace que todo fluya; la idea original, la inspiración, la trama; a ese momento, a esa persona, a esa canción o a esa circunstancia que pone en marcha el engranaje del planteamiento, nudo y desenlace.
Si yo no hubiese subido a aquella azotea cuando subí, no me gustase tanto el blues, y no hubiese leído una palabra en un momento fundamental, quizás, no habría sido capaz de poner el punto y final a lo que ya, es mi cuarta novela.
Y me siento inmensamente feliz por ello.