Quizás porque pocas veces vi mayor unión entre perro y amo, soy
incapaz de describir de una manera fluida lo que supone presenciar el desapego,
la disolución de aquella conexión que sobrepasaba la expresión animal y
compañía. Y es que no encuentro las palabras exactas, solo consigo enumerar la cantidad
de veces que le vi junto y con su dueño, quedándoseme solo una imagen grabada;
verles a ambos por la arena de Sanlúcar para que bajo su puesta de sol, pudiese
disfrutar a su manera de una playa que a él, también le correspondía por
derecho propio.
Y he de reconocer que a mí su presencia me aterró siempre, como
todos los perros del mundo, hasta que me conquistó, quizás por experimentar en
carne propia la primera persona del verbo “nuncas y jamases”. Contradiciéndome
a mí misma, certifico que es increíble cómo te cambia la vida un perro, para lo
bueno y desgraciadamente, para lo malo también. Es por ello que entendí a la
perfección el dolor que puede provocar el silencio tras almacenar en el corazón
toda una sucesión de estruendosas llegadas a casa, llenas de recibimientos
únicos. Es por ello que entendí que tus pasos llevan eco, porque los suyos te
siguen a donde vayas, sea dónde, cómo y cuando sea, y entendí, que el centro de
su universo seas tú, sin lugar a ningún tipo de dudas. Por ello no soy capaz de
discernir la cantidad de veces que presencié ese binomio perruno y humano entre
ambos, y el dolor que provoca ver ese tipo de soledad que nada la palia, que nada la suple. Es terrible aceptar como para ellos también la vida avanza mientras lamentas sin posibilidad alguna de remisión, cómo les cuesta envejecer.
Decía Schopenhauer, el filósofo alemán, que el que nunca ha
tenido un perro ni sabe lo que es querer ni sabe lo que es que le quieran, y es
que él era su cariño mañanero, su cariño por las noches, su fiel y leal
compañero, el que supo entenderlo como nadie y al que él supo querer como a nadie.
Apenas sin visión, con problemas respiratorios y andar cansado, su amigo de orejas lanudas se le fue con el día de Andalucía, y mientras los andaluces celebrábamos el día de la patria, al extremeño de Sevilla le arrebataban la suya; su perro, su compañero, se le marchaba para siempre, llevándose su alegría.
Apenas sin visión, con problemas respiratorios y andar cansado, su amigo de orejas lanudas se le fue con el día de Andalucía, y mientras los andaluces celebrábamos el día de la patria, al extremeño de Sevilla le arrebataban la suya; su perro, su compañero, se le marchaba para siempre, llevándose su alegría.
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