Recuerdo aquel día que, sentada en una mesa grande y
robusta, mientras llovía a mares tras los cristales blindados de aquel mega
complejo empresarial, me sentí completamente estúpida.
Llevaba varios meses colaborando con un artículo de opinión
semanal, por el cual no recibía ni las gracias, solo el inmenso placer de ser
leída, muy leída. Y allí estaba yo, sentada ante la que cortaba el bacalao, la mujer
del todopoderoso magnate que vestida por su peor enemigo con ropa cara, me
decía lo mal que estaban las cosas y el rumbo del barco que debíamos tomar todos a una, porque la nave se hundía y tal y cual, Pascual.
Yo había ido, llevándole mis artículos
publicados por su periódico, los mejores, en un clasificador que miró y olvidó acto seguido, subida sobre mis zapatos
de tacón chorreando y mi pantalón negro de pinzas, para causarle una buena impresión, algo
que desde luego, más falta le hacía a ella que a mí.
Y mientras me justificaba lo
que le costaba llegar a fin de mes, yo me sentía cada vez más estúpida mirando
la mesa, sobre la que descansaban su feo bolso carísimo, mis artículos plastificados y olvidados, acordándome de Angela Chaning, quien se tomaba el te en una mesa igual mientras
aguantaba reproches, peticiones y súplicas impávidamente mientras Chu Li aguardaba en un discreto
segundo plano a que llegase el momento de que la señora, ordenase retirar el
servicio.
La Chu Li de la magnate entró, posiblemente con una falsa
cita que ya aguardaba para obligarme a marchar, cuando no habían pasado ni diez minutos, nueve de los cuales había dedicado a la barca que se hunde y que entre todos, debíamos de remar fuerte para llevarla a flote.
Yo lo único que pretendía era cobrar por mis columnas, por
mi trabajo, pero solo me llevé de allí desilusión. Además de sentirme estúpida,
perdí mi tiempo, aunque con el tiempo, ellos perdieron estúpidamente su
periódico. Se les hundió la nave.
Pero de nuevo la vida me puso ante una mesa, donde volví a escuchar eso de la nave, los remos y el flote,
lo que cuestan las cosas y lo poco que se gana. Esta vez no era Angela Chaning a quien veía,
si no a un experto en vender humo, el mismo humo con el
que pretendía montar un medio sin pagarle a nadie, en base a colaboraciones gratuitas, con la manida frase de; "una oportunidad así no se te ofrece todos los días, es un escaparate gratuito, una manera de darte a conocer ...".
En definitiva, me planteo el escribir para mi, ya que nadie me lo reconocerá nunca pagándome por
hacerlo, ya que lo cierto y verdad es que es en mi trabajo, ese que tengo, que no me gusta y por el que me pagan, donde está el reconocimiento económico por la labor realizada,
quizás porque soy yo quien rema en mi propia barca, que seguro que no se hunde...
Que frustrante.
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