jueves, 23 de mayo de 2019

Parte médico

Mi mano derecha está obligada a entenderse con la izquierda por un buen funcionamiento del gobierno de quien escribe, tan acostumbrado a recorrer la banda izquierda, tanto en lo político como en lo futbolero. Reconozco que perder sensibilidad y fuerza en la mano derecha me llevó a plantearme seriamente mi futuro con amargura; los flancos de la que soy se veían seriamente amenazados, no podían montar en bicicleta, no podía escribir a bolígrafo, no podía darle rienda suelta a mis dedos en el teclado para expresar lo que siento, cargando en este último aspecto, toda la responsabilidad en la mano izquierda, difícil empresa tras casi cincuenta años de absoluto olvido, por cincuenta años de protagonismo diestro.
He andado muchos caminos, que diría Antonio Machado, descubriendo calles, rincones y plazoletas desde la perspectiva que da el andar sobre los pies, como los buenos costaleros, acostumbrada a ver la vida pasar por sus calles desde los pedales. Andar, leer y observar se convirtieron en la única alternativa para que cuando llegase el momento que comparto ahora, pudiese contarlo sin necesidad de sentir que tengo un brazo de trapo que no me responde, que no me conoce.
He conocido a gente maravillosa en el gimnasio del Hospital donde diariamente me ayudan a volver a retomar la autonomía de mi brazo, como un proces sin posibilidad alguna de enmienda; Isabel, la artífice de todo, (para ella va este escrito, por devolverme a Mágina y a mi misma, entre masajes y confesiones) Jose, Germán, María, Ana o Fernando, un melómano futbolero que se olvidó de Cernuda en Edimburgo. Gente estupenda, los fisios, los celadores, (Isabel, la mejor muleta, el mejor apoyo, la mejor ayuda para un enfermo, la sonrisa eterna, la positividad…) estudiantes de medicina y los pacientes, algunos de ellos y de ellas, con lesiones que me empequeñecen y hacen que me sienta miserable por llegar a llorar de la impotencia al no poder abrir la cafetera o viendo cómo se me caían los platos al suelo. He conocido un mundo diferente gracias a todos ellos, con historias personales de superación que dan envidia; Manuela, Cipri, Genoveva, la señora culta y elegante que empieza a andar, Reyes, Francisco, quien sufre vértigo desde la camilla, Fernando, con su cincuenta de pie y sus piropos galantes, y un sinfín de caras y de ojos que como yo, solo desean volver a ser, a andar, a sentir o a abrazar.

A escribir.

Y aunque se me cayeran los farolillos del almanaque y el traje de flamenca rockera que me compré con tanta ilusión espere un año más en el armario, estoy contenta porque queda poco para poder firmar con mi nombre a bolígrafo en un papel, sin que parezca letra de médico. La paciencia nunca ha sido mi virtud, pero siendo fiel a mis contradicciones, en esta ocasión ser paciente me está ayudando a poder compartir la felicidad que siento tras escribir este texto sin apenas dolor, sin sentir que tengo el brazo lleno de algodón, porque mi mano derecha se entiende con la izquierda, porque siento correr por los tendones, por los músculos y por los nervios de mi brazo las letras que me esperan impacientes por salir, para volver a vivir, porque escribir, es mi vida.




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