Mi mano derecha está obligada a entenderse con la izquierda
por un buen funcionamiento del gobierno de quien escribe, tan acostumbrado a
recorrer la banda izquierda, tanto en lo político como en lo futbolero. Reconozco
que perder sensibilidad y fuerza en la mano derecha me llevó a plantearme
seriamente mi futuro con amargura; los flancos de la que soy se veían
seriamente amenazados, no podían montar en bicicleta, no podía escribir a
bolígrafo, no podía darle rienda suelta a mis dedos en el teclado para expresar
lo que siento, cargando en este último aspecto, toda la responsabilidad en la
mano izquierda, difícil empresa tras casi cincuenta años de absoluto olvido, por
cincuenta años de protagonismo diestro.
He andado muchos caminos, que diría Antonio Machado,
descubriendo calles, rincones y plazoletas desde la perspectiva que da el andar
sobre los pies, como los buenos costaleros, acostumbrada a ver la vida pasar
por sus calles desde los pedales. Andar, leer y observar se convirtieron en la
única alternativa para que cuando llegase el momento que comparto ahora, pudiese
contarlo sin necesidad de sentir que tengo un brazo de trapo que no me
responde, que no me conoce.
He conocido a gente maravillosa en el gimnasio del Hospital
donde diariamente me ayudan a volver a retomar la autonomía de mi brazo, como
un proces sin posibilidad alguna de enmienda; Isabel, la artífice de todo, (para
ella va este escrito, por devolverme a Mágina y a mi misma, entre masajes y confesiones) Jose, Germán,
María, Ana o Fernando, un melómano futbolero que se olvidó de Cernuda en Edimburgo. Gente
estupenda, los fisios, los celadores, (Isabel, la mejor muleta, el mejor apoyo,
la mejor ayuda para un enfermo, la sonrisa eterna, la positividad…) estudiantes
de medicina y los pacientes, algunos de ellos y de ellas, con lesiones que me
empequeñecen y hacen que me sienta miserable por llegar a llorar de la impotencia
al no poder abrir la cafetera o viendo cómo se me caían los platos al suelo. He
conocido un mundo diferente gracias a todos ellos, con historias personales de
superación que dan envidia; Manuela, Cipri, Genoveva, la señora culta y
elegante que empieza a andar, Reyes, Francisco, quien sufre vértigo desde la
camilla, Fernando, con su cincuenta de pie y sus
piropos galantes, y un sinfín de caras y de ojos que como yo, solo desean
volver a ser, a andar, a sentir o a abrazar.
A escribir.
Y aunque se me cayeran los farolillos del almanaque y el
traje de flamenca rockera que me compré con tanta ilusión espere un año más en
el armario, estoy contenta porque queda poco para poder firmar con mi nombre a
bolígrafo en un papel, sin que parezca letra de médico. La paciencia nunca ha
sido mi virtud, pero siendo fiel a mis contradicciones, en esta ocasión ser paciente
me está ayudando a poder compartir la felicidad que siento tras escribir este
texto sin apenas dolor, sin sentir que tengo el brazo lleno de algodón, porque mi
mano derecha se entiende con la izquierda, porque siento correr por los tendones,
por los músculos y por los nervios de mi brazo las letras que me esperan
impacientes por salir, para volver a vivir, porque escribir, es mi vida.
Alabado sea el Señor...un beso desde Gransda
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