martes, 8 de septiembre de 2020

Historias Sonoras; el antídoto

De Sevilla a Jonkoping hay demasiados kilómetros, y aquella noche en la que recorrimos las dos hermanas media Europa, el bajarnos de aquel autobús aséptico en aquella estación sueca, fría y triste donde la distancia se reflejaba en los ojos de la tercera hermana, eliminó de un plumazo la sensación de desarraigo académico en la que se encontraba. Excepcionalmente por esos ojos se asomaba la tristeza, siempre llenos de la generosidad, la guasa y la alegría que la caracteriza, aunque el frío de aquella ciudad de nombre impronunciable, se empeñase en cubrirlos con un velo de una melancolía que ella, no acostumbra a usar. Se vestía dormida cuando íbamos al colegio, luciendo su cola de caballo, el andar cansado, la maleta y la confianza que dan los secretos filtrados por el colchón, en las literas, donde mi posición de hermana mayor daba ventaja. Jugaba al fútbol y al autocros y guardaba con orgullo un pin de la KGB y un beticismo inexorable a la altura de sus miras; luego llegaron la valentía, la capacidad y la superación, unidas a la inteligencia y al lustre que da el ser una de las mujeres mas inteligentes que conozco, y mas humilde, a la par de ser el pilar mas férreo de la construcción que soy, el antídoto con sentido común a la pasión y al ímpetu, la sensatez emparejada con la claridad de pensamiento. Mi hermana se pintaba sin conseguir el soñado efecto de que nadie se percatase de que estaba pintada, quiso parecerse a Sade cuando en realidad, no se parece a nadie porque a ella, no tiene quien la iguale. No existe una canción que me la recuerde especialmente, que ilustre este segundo capítulo de mis historias sonoras, quizás la voz de Camarón envuelva su presencia y su aura en cualquier palo, tesitura y registro, pero es su cumpleaños y este año de mierda bien merece una buena canción que despeje la incógnita, que resuelva la ecuación que a los que la queremos, que somos muchos, nos tiene con el problema en la pizarra y los dedos llenos de tiza. La doctora, la madre, la hija, la hermana, la amiga, el punto de apoyo, el consuelo, la receptora, el consenso, la emprendedora de los ojos nunca tristes, siempre inmersos de esa generosidad innata. 
El mayor de sus méritos es su lucha ejemplar, sea por la batalla que sea, merece por ello que sea Alaska con su Deseo Carnal, Radio Futura con los bailes de Marte, Pedrito con la mochila azul o aquella pastelosa Dancing Queen de Abba que sonaba cuando la recibimos su legión de admiradores y momias varias, nada más aterrizar de aquella tierra fría de nombre impronunciable, escondidos entre rollitos basta ya y mejillones nunca mais con una pancarta donde se leía "Bienvenida Rosio", con su buena falta de ortografía, como mandan los cánones. 

A ella merecería que este ocho de septiembre le cantase María Jiménez, Nica Costa, Malevaje, Juanito Villar o Bambino, pero todos sabemos que lo que realmente le gusta, es la música de garaje.




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