viernes, 13 de noviembre de 2020

Historias Sonoras, el vecino del tercero


En aquellos primeros años ochenta, salir a la calle con un radiocasette a pilas era como tener un superpoder. Yo quería unos pantalones pegados, como el cantante de Tequila, de quien me había enamorado musicalmente pero mi padre no pasó por ahí, ni por el inocente cinturón de pinchos ni por el rock de una noche de verano que dio Miguel Ríos en el campo del Sevilla, algo que quizás no se lo llegue a perdonar mientras viva. A los catorce años se vive en la calle, se recoge y se siembra, se ríe, se inventa y se juega mientras vas dejando atrás un tiempo revuelto, nadando entre la infancia y la adolescencia. En mi barrio, donde sus calles mojadas me han visto crecer, las tardes de aquellos primeros días de mayo, cuando el colegio y el jersey sobraban, se hacían eternas jugando con los del barrio; eran tiempos sin prisa, de un duro para el kiosko de Mariano, de bicicletas, del cine Sinaí y de jugar al visto, de sentarse en un banco a inventar algo para que otro día más no fuese otro día menos. En mi calle, en mi bloque, donde aún no había llegado el portero electrónico, vivía un niño repelente al que se le transparentaban los calzoncillos de rayas a través del pantalón blanco, otro que pegaba por sistema, otro que enamoraba a las niñas sin remisión y un semidios, un chaval bajito y cabezón que cuando jugábamos a poli y ladron, él siempre era el poli y bienaventurados nosotros, si éramos seleccionados para su grupo de élite, aunque con el tiempo, hubiese preferido ser ladrón, donde estaban los mejores, aquellos que no caben en un texto. Luego estaban ellas, entre la Nancy, el elástico y el Superpop y entre todos, estaba él, mi vecino del tercero, un chaval alto, risueño y diferente que desapareció del bloque, del barrio y de la calle apenas sin darme cuenta, para reencontrarme años después con él, en el cartel de un festival de música independiente, a pesar de mi notoria adversión a todo lo que suene a indie. Nunca le dije que está unido a una canción que sonó en un día distinto, entre motorettas y partidos de fútbol sobre albero de plazoleta; él y yo sentados en uno de esos poyetes donde la vida pasó por encima de aquellos años tan difíciles donde tanta suerte tuvimos de esquivar las cucharillas y la envoltura de los caramelos Chimos. Por el radio casette a pilas una voz cantaba en alemán removiendo los sensores del circuito musical de quien escribe; se llamaba Falco, no se le entendía lo que decía pero sonaba maravillosamente distinto; después llegaron Yazoo con su "Don`t go" y el tecno pop a mi vida. 
Hace algunos días le vi en un programa de televisión, cantando con su guitarra una canción igual de original que él y me alegré enormemente de su éxito y su reconocimiento, aunque inevitablemente esté siempre unido a la libertad que me dio la voz en alemán de aquel radiocasette aquella noche de verano sin rock donde me descubrió, que había vida más allá de Tequila.

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