viernes, 18 de junio de 2021

Historias inmunizadas


Seré muy ingenua, pero reconozco que estaba ansiosa porque llegase el día de mi cita con la vacuna del funesto Covid 19 de la misma forma de cuando contaba los días para mi cumpleaños o venían los Reyes  Magos, rozando el palo que estoy de los cincuenta y dos es increíble que para algunas cosas siga siendo la misma, afortunadamente. La primera dosis la recibí sin mayores alharacas, fue un aperitivo para quien observar le resulta un ejercicio fascinante y que sobre todas las cosas, le inspira. Aquel día, acudí a mi cita con mi camiseta de los Rolling Stones más reivindicando mi edad que el ser ser justa merecedora de los avances de la ciencia, más por ilusión que por precaución. Todo fue rápido, accedimos dirigidos por personal que nos iba conduciendo levantándonos la voz y guiándonos en fila, recordándome a aquellos estudiantes de "Another brick in the wall" de Pink Floyd. Apenas saqué miga de aquella mi primera experiencia con la inmunología, salvo el interés constante en darme conversación de quien coincidió detrás mía, tocado con gorra negra de piel a lo Brian Johnson que suspiraba en voz alta por aquellos tiempos en los que había sido telonero de los Siniestro Total en aquel mismo recinto, cosa que me pareció poco probable por ubicación temporal espacio tiempo, y al que le di boleto diplomáticamente en cuanto el pasillo me lo permitió, tras concederle unos minutos de cortejo, ya que a estas alturas de mi vida es algo que se agradece más por dignidad que por vanidad. 

De la segunda cita, saqué muchas más sensaciones; llegué con tiempo más que suficiente, (la puntualidad es uno de mis defectos) y al amarrar la bici comprobé que la cola era mucho más larga, pero que transcurría igual de rápida. Delante mía un hombre joven perfectamente peinado con gomina, un pantalón de pinzas celeste y un polo Lacoste amarillo algo antiguo conocía a alguien que iba delante, coincidiendo a menudo en el zigzag de la cola y con quien pretendía quedar a la salida para volver juntos, no se dónde. Aquel serpetear de pasos era el condicionante esencial para poder mirar a todos los que íbamos con pasos lentos en la misma dirección en torno a la cinta que delimitaba los pasillos. Un señor de chaqueta y corbata hablaba constantemente por el móvil, otra se hacía selfies de cada paso que adelantaba, una señora rubia con bastón solicitaba una silla de ruedas, un repartidor de una agencia de transportes o una cara conocida a la que ni la mascarilla facilitó el provisional incógnito, ya que en su peinado antiguo reconocí a una compañera de colegio. Un jardinero con su peto verde y fango en las botas, una señora con tacones y un elegante vestido negro con lunares blancos y un chico que andando leía, pero como soy de Pfizer la vista de lejos no pasa por mi mejor momento y no pude leer el título. Avancé por el interior de aquel megalítico recinto tan poco aprovechado asomando por sus vomitorios el césped que tantos quebraderos de cabeza le había ocasionado a Luis Enrique y sobre el cual aún ondeaban las banderas de Suecia y de España. Operarios limpiaban las gradas y de los palcos vips, recogían o colocaban copas de balón, como debe ser en esos casos y me emocioné recordando momentos musicales vividos allí, un hormigón ahora silencioso pero con el que he vibrado oyendo el "Sultans of Swing", el "Highway to Hell" o el  "Sunday Bloody Sunday", lamentando profundamente no haber vibrado más porque en definitiva, la música es la banda sonora de lo vivido, pero esos son sentimentalismos musicopersonales ante los cuales, no existe inmunidad. Era aquella la imagen más cotizada, todos querían una foto del césped, del medio voladizo, de la grada y la portería; el de la atípica camiseta a rayas amarillas y negras del Betis, el que iba con chanclas e incluso el de la mascarilla de Star Wars que caminaba sin inmutarse con las manos en los bolsillos. También me crucé con Juanma, un virtuoso músico sevillano que decía estar esperando la segunda estocada, con cierto camarero sevillano saborío con pedigrí y con un ilustre mangante de mi barrio reconvertido para la ocasión pero quien siempre llevará presente aquello de que todos tuvimos un pasado. 

Llegó el momento del DNI  y tras pasar sobre la línea de puntos como saltando sobre las baldosas amarillas del Mago de Oz, un chico me dio un papelito y unas indicaciones; "gire a la derecha y todo seguido", ¿cuántas veces habrá repetido esa frase?. Al llegar a mi box, un enfermero muy amable me preguntó si tomaba anticoagulantes y si era alérgica a algo, ¿cuantas veces habrá repetido esas preguntas? y antes de lo esperado, estaba con la dosis puesta, mis defensas preparándose para la próxima chicotá que será de mármol a mármol, el esparadrapo dando fe de ello y pedaleando por el puente del Alamillo cerciorando que mi brazo izquierdo posiblemente no atraería a piezas metálicas, pero sí a mis enormes ganas de escribir esta historia de amor por la observación en los tiempos del Covid.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario