martes, 23 de agosto de 2022

Las leyes de la frontera


Temporalmente, he disfrutado de una fugaz vida monárquica donde solo he podido leer, pasear y oír música y una vez finalizada esta efímera impostura de mi brazo derecho, quiero compartir lo que me ha provocado el último libro que he terminado; "Las leyes de la frontera" de Javier Cercas.
Conozco a este autor por la magistral novela "Soldados de Salamina", conservo en la mente al soldado Miralles bailando bajo la lluvia el pasodoble "Suspiros de España" con los ojos cerrados, agarrando el fusil como guardo las mariposas amarillas de Meme y Mauricio, en "Cien años de soledad" o el calor sofocante del Sr. Meursault, el extranjero de Albert Camus, un buen libro es un buen libro cuando este tipo de pasajes los haces tuyos, como si de vivencias propias se tratasen. 
Estamos en la España de 1978, entre el Franquismo y la Democracia como primera de las fronteras a las que su título alude; Ignacio Cañas es un chaval de dieciséis años de clase media, buen estudiante y algo tímido que sufre un severo acoso escolar. Busca refugio en los recreativos del barrio y encuentra el de Zarco y Tere, dos delincuentes que acaban acogiéndolo en su banda bautizándolo como "Gafitas". El barrio chino de Gerona y el bar "La Font" como personajes y testigos del primero de esos pasos fronterizos y en un mes, el niño tímido humillado por sus compañeros de colegio atraca una vivienda de una urbanización de la costa con su Seat 124 puenteado y todo. A partir de ese día, este chaval hijo de trabajadores deja a su familia ante el telediario para cruzar la frontera constantemente, algo que no dejará de hacer en las casi cuatrocientas páginas de la novela, entre modernos bloques de pisos y albergues con fango y ratas, entre catalanes y charnegos, entre marginalidad y burguesía. La frontera marca y delimita, los amigos son enemigos, la justicia es la calle y viceversa y treinta años después, con la vida vivida de distinta manera para todos, un escritor decide contar la vida del Zarco ya convertido en mito de la delincuencia juvenil cantada y televisada, como un Torete o un Vaquilla, ilustres nombres del universo quinqui. He leído con admiración esta historia compleja, bien construida y muy bien escrita, contada casi como una entrevista, pero sin alma; he echado en falta la  marginalidad de Luis Martín Santos o ese punto sórdido de Juan Marsé, será que soy una niña de barrio y esos escenarios los llevo dentro, como vivencias propias, o que lo que cantaban Los Chichos ya se escribe con lenguaje periodístico. 

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