Típica historia manida de padre que venga el mancillado honor de su hija ante el golfante ligón de la aristocracia. Una historia muy casposa pero que con Verdi, las voces, el vestuario, los decorados, el ambiente y la orquesta, consiguieron, al igual que Julia Roberts en su primera ópera en aquella maravillosa y pastelosa película "Pretty Woman", que mis lágrimas aflorasen inexplicablemente al lado de mi desde ya, particular Richard Gere, quien me preguntaba, entre acto y acto qué tal estaba. Y yo no le contestaba porque estaba volando por el techo del Teatro de la Maestranza. A ese Richard jamás podré agradecerle lo suficiente ya no solo la invitación a la representación de "Rigoletto", sino que me abriese la puerta al maravilloso mundo del Bell Canto. Ha sido mi primera ópera, y no será la última.
Reconozco que soy otra Reyes más abierta musicalmente desde que salieran a saludar todos los actores que dieron vida a ese libreto que ya tiene doscientos años, que mi pasión por la música tiene el abanico más amplio y que en el segundo descanso fui incapaz de levantarme del asiento porque sencillamente estaba pegada a él presa de la emoción y la magia de la música.
Subtítulos en español te contaban lo que se cantaba, pero yo me limitaba a sentir lo que los tenores expresaban. Lo entendía. Lo sentía. Y cuando llegó el momento sublime de"La dona e mobile" fue cuando entregué la cuchara definitivamente.
Un regalo que me hizo la vida y un motivo más para corroborar que la música es lo más parecido que conozco a la felicidad y a la libertad personal. Te dejas llevar por las notas, las voces y la magia que lo envuelve todo consiguiendo que incluso no puedas pegar ojo en toda la noche acordándote de lo vivido. Es más, no he vivido nada igual en toda mi vida.
Con todo mi agradecimiento a Antonio Hernández, más conocido por "Richard", quien me descubrió este maravilloso mundo de la ópera y quien me regaló uno de los momentos de mi vida de esos que jamás se olvidan.
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