He dicho alguna vez que junto a la lectura, mi bicicleta y mis evasiones solitarias diversas, la música es uno de los motivos más parecidos que conozco a la libertad. A la autofelicidad.
Todavía resuenan por mis adentros los ecos de "Podcast from Paraguay" en aquella mágica e inolvidable noche del 27 de julio en la plaza de toros de la Malagueta. Esa canción fue la elegida por Knopfler para presentar a su banda y yo, con la boca abierta, asistía a algo irrepetible y no salía de mi asombro. Sabía, cuando meses atrás saqué las entradas, que no me iba a arrepentir, y así fue, como así ha ocurrido con otros grandes de la música incluyendo pocas y puntuales excepciones. Esa noche aún resuena en mi mente, porque nunca pensé que la vida me regalaría la oportunidad de oír en directo, "Telegraph road", mi canción knopfleriana por antonomasia y al fin y al cabo, eso es la vida. Pequeñas parcelas de autofelicidad..
La música tiene ese punto mágico y liberador que la hace única en su especie; cuando pongo "El Patio" de Triana, la luz que todos llevamos dentro me corre por las venas y siento el rock de la calle Feria bajo la dermis; igual que ocurre con BB King y "Lucille", The Doors con cualquier tema, "you shook me all night long" de AC/DC cuando quiero desconectar en el coche o Pink Floyd con, por ejemplo " The great gig in the sky". Ocurre lo mismo con "Black dog" y Jimmy Page, ese guitarrista de Led Zepellin que una compañera de trabajo confundió con The Beatles al verle junto a sus compañeros en mi camiseta fantástica y maravillosa, o con los directos de Pájaro y su banda, o con King Crimsong, Queen, Antonio Machín, Aretha Franklin o Janis Joplin.
La grandeza de la música te pone en contacto con gente maravillosa, y especial. En esos incómodos asientos de la Malagueta coincidí con Julián, quien me puso en contacto con el universo knopfleriano para mi satisfacción más absoluta, y en la comodidad playera con Camilo y Van Morrison en una guerra youtubera. Mi compañero Javi con la música de mi siguiente generación y yo con él, viceversa, y en tantos jueves letrasonoros en los que coincidí compartiendo letra y música con Sebas, Vane, oyentes, autores, cantantes y la conexión electromagnética.
Triana me enlazó con mis invisibles amigos del rock andaluz, Antonio, con "Rigoletto", los amigos de La caja Negra con el rock sevillano, aquel jerezano que me puso "Sara" con El Último de la Fila, y así, tantísimos.
Indudablemente, escuchar música en directo, es cerrar los ojos y dejarte ir, y por ello, ahora que arreglando un cajón, poniendo orden en mi habitual desorden, me encuentro con el viejo casette y la bso de "Cal", a través de las manos y cuerdas de Mark Knopfler y revivo mi juventud y la noche mágica malagueña, renuevo mi total y absoluta pasión por la música con cierta emoción, no lo negaré.
Es lo que te vas a llevar cuando te marches, textos leídos que no han pasado desapercibidos, canciones que al escucharlas se convierten en momentos vividos, con cara, nombre y apellidos, melodías cosidas al alma que forman la bso de tu propia vida, notas colgadas del corazón y recuerdos musicales de diversa procedencia. En definitiva, pequeñas parcelas de autofelicidad.
Es cierto, son esos momentos los que nos vamos a llevar, los que nos marcan y conforman nuestro caracter. Somos lo que leemos, lo que escuchamos, lo que hablamos y lo que amamos. Por eso es tan importante dedicarle nuestro tiempo a vivir esos momentos y cultivar esa parcela de autofelicidad. No es casual que amarremos un libro o una canción, un paisaje,un sabor o un olor a una persona. Vivimos en gran parte para completar esas sensaciones. Esas piezas que nos faltan.
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