Contigo, Joaquín.

Llegué a tiempo y la entrada ya estaba llena, aún así me colé poco a poco y como pude, conseguí hacerme un hueco para disfrutar ya no de una hora inolvidable, sino de una nueva faceta de mi admirado Joaquín.
Le he soñado, le he cantado, le he sentido, le he oido cantar, le ha puesto voz a mis sentimientos y le he leido, pero oirle recitar, no lo había hecho nunca.
Escucharle decir, susurrante eso de "Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres..." fue algo alucinante.
Ojalá alguien me escribiese algo así, incluso entiendo que es absolutamente comprensible enamorarse de él perdidamente.
Al final, pude mirarle a los ojos, bueno, a los cristales de sus gafas pero directamente a los ojos y le dije que le admiraba y que era un placer conocerle.
"Gracias e igualmente", me dijo, mirándome fijamente durante un segundo eterno.
Una foto con él y su dedicatoria en uno de los libros más hermosos que esta soñadora conserva y considera como uno de los mejores de su humilde biblioteca quedan como recuerdo de esa tarde.
Cuando regresaba caí en la cuenta de que seguro que bajo esa carpa había más de un sabinero que se suele sentar en la mesa de camilla de mi salón, a escuchar una y mil veces "Caballo de cartón", por ejemplo.
Para izquierdasso, especialmente.