Los tres o cuatro días de la Cuarentena

Cada año me sorprende de una manera más sorprendente, si se me admite la palabra. Este año, tanta lluvia, tanto frío y la vuelta al trabajo que tantas tardes de asueto céntrico me ha restado, me habían dejado en un estado de adormilación cuaresmal. Pero ocurrió. El pasado jueves había quedado con un par de compañeras del trabajo para desayunar juntas. No eran ni las nueve y media de la mañana cuando el azul del cielo parecía ese azul Sevilla que algún cursi acertó en calificar. En eso pensaba cuando de nuevo, al iniciar el descenso de mi particular tour de Calatrava, como definió Paco Correal en su amable dedicatoria, me llegó el azahar de pleno como una intoxicación maravillosa de primavera hispalense. Frené la bici, con el recuerdo de que he de dejarla en el taller porque no frena bien, y respiré profundamente, con deleite. Sentí ese inicio de la estación sevillana que durante los tres o cuatro días que tarda en explotar aflorando definitivamente nos deja a los sevillanos ávidos de ver, oler, sentir y vivir y nos echa a la calle solo por el motivo de disfrutar de ese inicio, de esa locura de inicio de primavera y de las calles de esta ciudad. Ya está aquí, parece que no iba a llegar nunca, que el año que soñamos que tarde en pasar lo más rápido posible resulta que de repente, pasa, y ocurre lo mágico.

Una mañana cualquiera me encuentro con ella y pienso que a mi bici le hacen falta unos frenos nuevos y que ya va siendo hora de revivir esa soñada y anhelada tarde de Cuaresma sin torrijas.