martes, 8 de octubre de 2013

Cenicienta neoyorquina

Cruzar el dintel de la puerta de ese bar llamado "Nueva York" cada vez que se producía, era como verdaderamente estar en esa ciudad que solo conocía por su ilusión, por películas o por la canción de Frank Sinatra, que siempre le arrancaba una lágrima de pura emoción. Soñaba con que alguna vez en su vida, emularía a Diane Keaton sentada en ese imaginario banco en blanco y negro de Manhattan, mientras George Gershwin interpretaba su "Rapshodia in blue" con sonido de clarinete, pero no encontraba a su Woody Allen para completar el cuadro. Confiaba en que alguna vez, alguien parecido a él, apareciese por su vida y así, pasear pisoteando las hojas secas de Central Park, patinar en Rockefeller Center cuando nunca le gustó patinar, curiosear por las mil y una librerías de viejo, comer un perrito caliente en plena calle o cruzar los locos semáforos entre taxis amarillos. Eso debería ser algo maravilloso.
Al menos había un lugar, entre ejecutivos y oficinas fantasmas, donde se estaba como en la gran manzana, y allí, tomaban café cuando ambos se robaban minutos que acababan siendo horas. No era la Quinta Avenida, ni su clientela era esa que suele sentarse en bancos compartidos a comer sandwiches de varios pisos con cafés aguados, o batidos, ni su camarera era la despampanante rubia de escotazo, eye liner, moño imposible, chicle, lápiz en la oreja y bloc de notas en el bolsillo del apretado delantal, pero era su Nueva York, y allí, con él, parando el tiempo entre Norah Jones y Alicia Keys, hablando de todo y buceando en sus ojos, que era lo mejor que le podía ofrecer la vida, se sentía como Diane Keaton sentada en ese banco, mirando el puente de Brookling y acompañada de quien más se parecía a su particular Woody Allen. Todo en conjunto, hacía realidad el sueño que se terminaba al abonar la consumición y volver cada uno a su mundo real. Pero ella marchaba sabiendo cómo se está en Nueva York y qué se sentía en la piel de Diane Keaton, como una cenicienta neoyorkina.

2 comentarios:

  1. Todos tenemos, como Cenicienta, nuestros castillos encantados, algunas junto al Central Park o la Quinta, y otros, en la vía Calzaioli o en el Oltrarno, pero lo mejor de todo, amiga Reyes, es que puedo asegurarte que existen.Un beso.

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  2. No le quepa a usted la más mínima duda, querido amigo. Besos desde Manhattan!

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