Al menos había un lugar, entre ejecutivos y oficinas fantasmas, donde se estaba como en la gran manzana, y allí, tomaban café cuando ambos se robaban minutos que acababan siendo horas. No era la Quinta Avenida, ni su clientela era esa que suele sentarse en bancos compartidos a comer sandwiches de varios pisos con cafés aguados, o batidos, ni su camarera era la despampanante rubia de escotazo, eye liner, moño imposible, chicle, lápiz en la oreja y bloc de notas en el bolsillo del apretado delantal, pero era su Nueva York, y allí, con él, parando el tiempo entre Norah Jones y Alicia Keys, hablando de todo y buceando en sus ojos, que era lo mejor que le podía ofrecer la vida, se sentía como Diane Keaton sentada en ese banco, mirando el puente de Brookling y acompañada de quien más se parecía a su particular Woody Allen. Todo en conjunto, hacía realidad el sueño que se terminaba al abonar la consumición y volver cada uno a su mundo real. Pero ella marchaba sabiendo cómo se está en Nueva York y qué se sentía en la piel de Diane Keaton, como una cenicienta neoyorkina.
martes, 8 de octubre de 2013
Cenicienta neoyorquina
Al menos había un lugar, entre ejecutivos y oficinas fantasmas, donde se estaba como en la gran manzana, y allí, tomaban café cuando ambos se robaban minutos que acababan siendo horas. No era la Quinta Avenida, ni su clientela era esa que suele sentarse en bancos compartidos a comer sandwiches de varios pisos con cafés aguados, o batidos, ni su camarera era la despampanante rubia de escotazo, eye liner, moño imposible, chicle, lápiz en la oreja y bloc de notas en el bolsillo del apretado delantal, pero era su Nueva York, y allí, con él, parando el tiempo entre Norah Jones y Alicia Keys, hablando de todo y buceando en sus ojos, que era lo mejor que le podía ofrecer la vida, se sentía como Diane Keaton sentada en ese banco, mirando el puente de Brookling y acompañada de quien más se parecía a su particular Woody Allen. Todo en conjunto, hacía realidad el sueño que se terminaba al abonar la consumición y volver cada uno a su mundo real. Pero ella marchaba sabiendo cómo se está en Nueva York y qué se sentía en la piel de Diane Keaton, como una cenicienta neoyorkina.
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Todos tenemos, como Cenicienta, nuestros castillos encantados, algunas junto al Central Park o la Quinta, y otros, en la vía Calzaioli o en el Oltrarno, pero lo mejor de todo, amiga Reyes, es que puedo asegurarte que existen.Un beso.
ResponderEliminarNo le quepa a usted la más mínima duda, querido amigo. Besos desde Manhattan!
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