domingo, 30 de noviembre de 2014

El blues de mi amiga Avellaneda

Escucho de fondo, mientras escribo esta entrada, un directo de Gary Moore demoledor, maravilloso y sublime que sencillamente, me está levantando de la silla. Quería escribir una entrada sobre una escritora que acabo de descubrir, nacida hace doscientos años en Cuba y que ha reafirmado mi teoría de que ser como una es, no resulta fácil pero que a la larga, merece la pena. También quería escribir sobre la fecha del pasado jueves, donde hubo quien tachaba el día de su almanaque con más dolor del que la rutina del día a día marca, y tiene la banda sonora del piano de Gilbert O'Sullivan. La música nos traslada, nos transporta, nos reúne y nos convoca, y a mi me lleva a recordar, a tener muy presente todo lo que quiero olvidar sin conseguirlo y todo lo que quiero destacar en mi vida. Quizás la Avellaneda no escuchase blues, pero sin duda tuvo en su vida la pasión arrebatadora suficiente para sufrir y amar como ella quiso. Luchó por su independencia y su decisión de amar en soledad, porque los hombres que la amaron la temieron más que la amaron. A los hombres que amó, solo pudo otorgarles el título de amigos, no por ella, sino porque ellos siempre acababan la frase con aquello de "lo nuestro no puede ser", con el enorme sabor a resignación o a derrota que ello conlleva, y eso, es un blues.
Mi amigo, recuerda a su padre en una canción cada últimos de noviembre, y cada vez que suena, y cada vez que no suena, y mi amiga, que compartió toda una vida de amor silencioso a base de cartas con quienes solo le concedieron su admiración y su amistad sincera, me recuerda que en todas las canciones se esconde un motivo, bien para poder llorar a gusto recordando una fecha, o bien para querer en silencio, cuando solo nos quedan las canciones.