Con admiración, le oímos hablarnos de la pasión por contar lo que se ve, y lo que se escucha, y lo que la gente le cuenta, que en definitiva, es la esencia del placer de escribir, y a posteriori, la inmensa satisfacción de leer.
Hoy será para mi un día inolvidable, porque escuché la voz de quien siempre me habla en silencio, y porque dejó sobre mi "Jinete Polaco" una dedicatoria llena de complicidad, reparando en lo ajado de mi ejemplar como el mejor de los pagos y en mi sugerencia para volver a los Doors en noches como estas. Y mientras ello ocurría, yo no me podía creer que estuviese allí, delante de quien tan feliz me ha hecho haciendo mías sus historias, intercambiando un espacio entre escritor y lector por donde cabe la complicidad que solo quien lee conoce y experimenta. Allí estaban los caballos cabalgando por la tormenta, Lisboa, su invierno, los perdidos sin identidad de Sefarad, la ausencia de Blanca, el tiempo, la vida, Manhattan y sus ventanas, Beatus Ille, el plenilunio, el Comandante Galaz, el Robinson Urbano, el viento de Madrid, Beltenebros y el latido de mi corazón sobre la mano que le extendí a modo de sincero y emocionado agradecimiento, la cual fue recibida por la suya con galante amabilidad.
Nunca olvidaré su consejo, "una novela se escribe para confesarse, y para evadirse", como tampoco olvidaré el día que le puse voz a los textos de quien leo con la utópica pretensión de llegar algún día a parecerme a él escribiendo, y que sonó una noche perfecta de "riders on the storm".
