jueves, 25 de diciembre de 2014

Navidades ausentes

A mi la Navidad no me gusta, y en realidad, no se el por qué. Cambia la percepción con niños de por medio, pero ahora, que estoy en ese punto intermedio que ni tengo niños ni tengo hombres, que ni me falta nada, ni me falta nadie, una vez que llega, la voy asimilando con cada vez más dificultad, aunque esto realmente es una excusa que no justifica nada. La Navidad va unida a ciertos recuerdos que me afectan, porque aunque no me tocan directamente, si lo hacen indirectamente. Entiendo lo difícil que debe ser vivir una Navidad con ausencia y lo comparto con quienes la sufren. Hace algunas noches salí con quien lleva a su padre en la mirada. Veintitrés años lleva sin él y en sus ojos, lleva su recuerdo. Él huye de estas fiestas refugiándose en una socorrida piel de Mr. Scroodge, básicamente porque esa pérdida a esa edad, es injustificable.
Mi compañera tampoco la celebra, aunque la comparte con nosotras. Los niños son protagonistas de estos días y si el destino te ha dejado para siempre sin esa parte de ti, ya no se puede ser feliz en la vida. Ni en Navidad, ni nunca. Pese a todo, ella colabora y se integra, porque la vida continúa y ella, debe intentar ser feliz, aunque en los ojos nunca se le adivine lo contrario.
Y mi amigo, y la reunión familiar entre viejos vinilos de cada año. Las canciones que unen y reúnen, y la ausencia musical que este veinticinco de diciembre notará por primera vez. Para él siempre se quedará su tio envuelto en la voz pastelosa de Paul McCartney, y esta tarde, deberá sonar, para recordarle, y si es necesario, llorarle.

A mis amigos los quiero, mucho, muchísimo, y hago mías sus ausencias si me lo permiten. Quizás sea por ese hálito de melancolía que dejan tantas ausencias ajenas, cercanas o no, por lo que nunca me gustó la navidad. Habrá que sobrevivirla, ya queda poco.