lunes, 26 de enero de 2015

Los ojos y Encarna

Encarna fue una gran mujer, me lo dicen los que la conocieron, con los que cada uno guarda un recuerdo, y me lo dicen los ojos tristes de su nieta.
Pese a haberla tratado poquísimo, desgraciadamente, lamento su pérdida y al mismo tiempo, la admiro, porque estuvo con los suyos hasta el final de sus días sin dar un ruido, como ella acostumbraba a ir por la vida, dando solo el ruido de sus pulseras. Y la admiro porque mujeres como ella, son un ejemplo a seguir, por muchas cosas.
Vivió mucho, y muy intensamente, pese a sobrevivir la muerte de un hijo, y eso que nadie sabía realmente la edad que tenía, porque en su dni figuraba una falsa fecha de nacimiento. Coquetería o error burocrático.., yo apostaría por la primera opción, ya que Encarna fue coqueta hasta que ya no le permitieron dejar de serlo, literalmente. Maquillándose en la cama del hospital y con los rulos puestos esperando cualquier cita menos la que la muerte le aguardaba. Una mujer ejemplar, de las que deben marcar escuela, con carácter y sensibilidad, una señora elegante, simpática e independiente; bética, guapa e inteligente, de las pocas que fueron universitarias en los difíciles años, de las primeras mujeres que estudiaron una carrera muy de hombres. Ahí ya pudo empezar a ser diferente, y siguió siéndolo, para mayor satisfacción de todos los que nos rodeamos de sus familiares, de su hijo, de su nieta, y de la estela verdiblanca tras un apellido que dejó su otro hijo desaparecido demasiado pronto. En su hijo y en su nieta, queda su esencia, sobre todo en su nieta, quien mejor que nadie ha recogido el testigo y sabe cómo ser valiente, y sabe luchar por lo que es suyo como mujer en un mundo de hombres. Ella sabe que Encarna es eje, su punto de origen y su génesis, su destino y su Sevilla, la que se condensa en un poema de Manuel Barrios y en los ojos más bonitos y tristes que acogen a todo aquel que busca consuelo tras la ojiva de San Juan de la Palma. Ahí está Encarna, estará para siempre, porque nunca desaparecerá esa estela de sevillanía tan verde y blanca, con aromas a brisa del Guadalquivir, de ese Guadalquivir que muere como solo se puede morir en Sanlúcar.
De la Calle Feria a Madrid, no hay distancia. Solo lo que queramos que sea de larga la ausencia física, y en este caso, Encarna no está ausente, estará para siempre en esa ojiva, en ese poema de Manuel Barrios, en esa libertad de ser una misma sin condiciones y en los ojos verdes luminosos de su nieta, mujer ejemplar como ella, donde Encarna estará siempre entre nosotros,

Ojos verdes de pura esperanza y puro Manquepierda.