martes, 4 de abril de 2017

Mi lugar en el mundo


Agarrarme a cualquier sitio menos a la cintura de mi primo quizás fuese lo más parecido a la libertad. Ese paseo en vespino, con el fresco en la cara de una noche cualquiera que se adentra dejando el silencio en las calles, era toda una rebelión, en aquella época donde ni había prisa por nada ni el casco era obligatorio para nadie, mucho menos para una cabeza que con diecisiete años seguía en las nubes de donde no se piensa bajar mientras viva, como una seña propia de identidad. Cabeza que ni me obligaba a pensar en la cena, ni en los hijos, ni en el trabajo y ni en la ropa que aún seguía en la lavadora esperando el momento de chirriar los cordeles de noche, en la oscuridad atípica del ojo patio. Alfileres sin colores, pero con nocturnidad y alevosía.
Aquellas noches regresaron anoche por pura casualidad, y fui feliz como nadie. Después de vivir un siglo he vuelto a los diecisiete, una noche entre marzo y abril me reencontré con aquellos con los que me doctoré en sevillanía a base de pan de Amalia, papas fritas de San Román y manos negras de Tarni Shield. Por las arterias del eje de Peñuelas, Bustos Tavera y Santa Catalina corre mi sangre morada y blanca, entre amarguras y lágrimas, bajo la mirada altiva de la diosa de la rueca y la palma, que entre palmeras huérfanas, tejas nuevas y alminares viejos, se entretiene hilando mis recuerdos entre el bar del 6.40, los gatos que salían y entraban por entre las ventanas de los antiguos juzgados, la diferencia de años entre el Rinconcillo y los Estados Unidos de América y la geometría vintage de los azulejos del Tremendo, en cuya barra se cuenta la vida que nada en cuentas de tiza. Anoche volví a llamar a mi casa para avisar que llegaba tarde, que me llevaba de vuelta el vespino azul de mi primo tras acabar el ensayo de costalero en la Hermandad, tras reirme, tras hablar y tras compartir tantas vivencias con aquellos que se quedaron con la mejor época de mi vida, sin temor a equivocarme. Todos hicieron posible que el Jueves Santo fuese más de lo que es, más que el día más grande del año por lo que representa o por lo que encierra, por lo que fue, es y será, porque esa romántica cofradía de pocos nazarenos de esparto y sandalias, de candelería con cristalitos, manto de tisú y campanas en los remates de los varales, de transanlántico donde los caballos galopan surcando las aguas desde Gerona a la inmensidad de mis recuerdos comandados al martillo de quien llama con el corazón, sabe más de mi que yo misma, porque mi corazón late bajo sus trabajaderas.
Allí donde tan yo me siento, allí donde se quedó mi infancia, de donde nunca me fui porque es mi lugar en el mundo.
Allí donde siempre regreso, si es que alguna vez me fui.

2 comentarios:

  1. Otra casualidad, coincidencia que nos une, querida Dama, porque mis hermanos pequeños vistieron esa túnica blalnquimorada de Santa Catalina más de una década y mi sobrino el pequeñín, dos años, quizás este año se estrene como nazareno de Los Caballos.

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