Por Santa
Catalina todo se había consumado la misma noche del Jueves Santo. El excelente
equipo de priostes de su cofradía, desmontaba el atípico altar de esta Semana
Santa también atípica dejando entre todas, una sola vela que
permanecerá encendida durante todo un año para iluminar las esperanzas de
aquellos que se agarran a la generosidad de una donación para seguir viviendo.
Fue prendido el Viernes de Dolores por la mujer de un donante y madre de un
costalero del paso de Cristo, acompañada por el Dr. Pérez Bernal, el Hermano
Mayor y los ojos de todos los que solo expresan la gratitud inmensa de estar
vivos gracias a los donantes que le dieron la oportunidad de poder estar ahí,
junto a ese cirio por el que chorrean lágrimas de vida. “En cada lágrima, una
vida” es el lema de la incansable lucha de mi Hermandad por difundir la
importancia de la donación con la que facilitarles una oportunidad a los
enfermos de leucemia. Lágrimas de vida como las cinco lágrimas de la Virgen,
como la cera que derrama su candelería de Jueves Santo en Jueves Santo,
recogida en los platillos de cristal. Lágrimas de vida para visibilizar a los
donantes y trasplantados, simbolizando así el verdadero acto de amor al prójimo
que supone donar médula, donar sangre, donar órganos, donar vida. Quien os
escribe puso su médula a disposición de quien la necesitase con la única
ilusión de que alguien me mirase como miran los ojos iluminados con la llama de
ese cirio, llenos de vida, agradecimiento y esperanza. Me sensibilicé con la
causa hace años, cuando por la ojiva, el alminar y la linterna donde la santa
que da nombre a toda una parte de mi vida se asoma portando la rueca y la
palma, se hacía un llamamiento a la solidaridad para que una de nuestras
hermanas, venciera una enfermedad tan cruel como injusta, la leucemia. Mi
Hermandad se volcó con ella y con todos desde entonces, hasta hoy y para
siempre, sensibilizando allá donde fuera en estampas, pulseras, mensajes o
charlas sobre la importancia de donar para dar vida, todo con una
dedicación férrea, por ello es admirable mi Hermandad, además de serlo por su
evolución en los últimos años, por como levanta su cofradía, como se organiza,
como inunda las calles de su personal melancolía de Jueves Santo y de ese
romanticismo de antifaces morados y túnicas blancas, para que los caballos
galopen por sus adoquines a los sones de los campaniles del palio de la Virgen,
ésos que asustan a los gatos que aún se esconden los antiguos juzgados. Mi
cofradía es ejemplar por su intimidad, su jolgorio, su algarabía y su cadencia;
es admirable por su cuerpo de acólitos y nazarenos, su Junta de Gobierno que te
recibe, te acoge, te da y te llena, te representa; su cuadrilla de
costaleros, valientes trabajaderas de Cristo y de palio hechas a
los kilos, a muchas cuestas del Rosario y a las difíciles entradas y salidas
por las puertas del exilio, retranqueos y chicotás de grandeza y humildad. Mi
cofradía es admirable por la delicadeza de las flores de su paso de palio, su
cruz de guía, los cuatro ángeles de las esquinas que portan los elementos de la
pasión y su manto de tisú, pero sobre todo es admirable por su
solidaridad, por su generosidad, por ser tan grande y tan humilde a la vez, por
ser incansables en algo tan importante como es la lucha por la concienciación
sobre la importancia de donar órganos, tejidos y médula. El jueves próximo será
otro jueves importante en el calendario de mi cofradía, se rubricará
oficialmente el convenio de colaboración con la Asociación de trasplantados de médula ósea de Sevilla para desde Santa Catalina, seguir dando voz y concienciar, para que cada vez sean más los que se reúnan en torno al cirio morado que cada
Viernes de Dolores se enciende para iluminar la vida, para dar esperanza, para
derramar lágrimas de alegría, lágrimas llenas de vida.
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