Escribo esto con las manos llenas de tarni shield, que era el lenguaje que más conocía Alfonso y
mientras lo escribo enfilo la estrechez de Alhóndiga dejando a mi izquierda el Seis
cuarenta para asomarme a aquella casa donde una mesa de camilla nos recibía, y
mientras escribo me asomo a la ventana del Rinconcillo, fortaleza indestructible de vivencias bajo la guardia de coroneles, soldados de pavía y el vértigo de
los años que tantas veces han presenciado como se abría la puerta por donde
cada Jueves Santo se asoma mi Semana Santa. Y aunque Alfonso ya no esté permanecerá
en el tiempo detenido por las vísperas, aquel en el que observábamos con admiración
su maestría a la hora de levantar una cofradía subido en el paso, montando un
besamanos o un altar de quinario. Fueron y serán mis años irrepetibles,
protagonizados por gente inolvidable de alma morada y blanca que me enseñaron a
escuchar el sonido de los campaniles de los remates de los varales y el crujir
de las nueve trabajaderas cuando levantan el paso de quien mira las azoteas
tras la estrechez de Gerona, donde siempre me espero, donde siempre me encuentro, seguido de cinco lagrimas
que se derraman sobre candeleros de cristal que tan bien conocieron aquellas manos.
El manto de tisú, los respiraderos, los
ángeles de las esquinas con los instrumentos de la pasión o los de la Roldana
que custodian los dos caballos que galopan al ritmo que marca su capataz y los latidos del corazón de sus
costaleros.
Se nos ha ido Alfonso, uno de los que me enseñó a querer a aquella cofradía de cinturones de esparto y romántica melancolía de atardeceres y vencejos como si fuese parte de mi misma y uno de los que me inculcó el orgullo de ser parte de ella. Se marchó dejándonos su carisma, sus manos y su maestría envuelta en el eco de su risa serpenteando por los balcones y ventanas del barrio donde la torre mudéjar, la Santa con la espada y los ojos del plato componen la cofradía que se forma en mi corazón cada Jueves Santo, nómina de nazarenos desfilando bajo la azotea eterna de mi calle Gerona por donde no se borran los recuerdos tras abrir las puertas de una Santa Catalina que ya no será la misma sin él. Sentiremos la orfandad de su mirada cariñosa y aquella sonrisa socarrona que sigue despertando a los gatos que se asoman por las rejas de la esquina de Alhóndiga, donde el reloj de los antiguos juzgados se para cada Jueves Santo, donde el tiempo es eterno sobre sus adoquines, desde donde Alfonso siempre mirará la torre de su Santa Catalina, con los ojos orgullosos, como miran los priostes.
(Foto, Hermandad de la Exaltación)
Muy bonito Reyes
ResponderEliminarPrecioso, Reyes. Ay,nuestro barrio.
ResponderEliminarPrecioso articulo escrito desde el corazón, gracias Reyes.
ResponderEliminarPrecioso,se ha ido parte de la esencia de Santa Catalina
ResponderEliminarPrecioso.
ResponderEliminarNo puede ser mas preciso, genial y enhorabuena.
ResponderEliminarAlfonso merece ésto y mucho más, desde ahí arriba estará siempre con su Hermandad de la Exaltación, un fuerte abrazo a su familia.
Muchas gracias a todos, Alfonso se ha ido, quedándose para siempre.
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